¡Vaya! ¿No serás...? ¡Pero claro, claro! Eres María, mi perdida que creían muerta, la única, querida María.
—Es Andrés, el hijo de nuestro vecino —dijo Martín—.
Preguntó por el nombre del joven.
—¡Dios mío, padre! —exclamó—. ¿Dónde está mi madre?
—¿Cómo es que vuelves tan inesperadamente después de siete largos años? ¿Dónde has estado? ¿Por qué no nos has enviado noticias tuyas?
—¿Siete años? preguntó María al no poder orientarse en susi deas y recuerdos—. ¿Siete años enteros?
—Sí, sí —dijo Andrés, riéndose y tomándole cordialmente la mano—. Te gané, María, llegué hace siete años al peral y he vuelto; y tú, lenta, ¿apenas vas llegando?
El año siguiente fue igual, si bien la gente ya se había acostumbrado a lo maravilloso. En otoño, María cedió a los ruegos de Andrés y de sus propios padres: se hizo su novia y en invierno se casó con él.
en invierno se casó con él.
A Elfriede no le agradaba estar con los demás niños; por el contrario, evitaba, hasta el punto de parecer tímida, sus entusiastas juegos, y prefería más que nada estar asolas.