¡Collet, mal vamos a vernos sin esas cuatro crónicas! ¿Dónde gano yo veinte duros, Collet?
La de la muerte. Podemos suicidarnos colectivamente.
Pudo esperar a que me enterrasen.
Vuelve a leerme la carta del Buey Apis.
Ten paciencia, Max.
A mí la muerte no me asusta. ¡Pero tenemos una hija, Max!
Le toca ir delante.
Otra puerta se abrirá.
Entonces, se matan por amar demasiado la vida. Es una lástima la obcecación de Claudinita. Con cuatro perras de carbón, podíamos hacer el viaje eterno.
¿Y si Claudinita estuviese conforme con mi proyecto de suicidio colectivo?
También se matan los jóvenes, Collet.
No desesperes. Otra puerta se abrirá.
No por cansancio de la vida. Los jóvenes se matan por romanticismo.
¡Es muy joven!
¡Estoy olvidado! Léeme la carta del Buey Apis.
Y no hallo editor.
Lee.
Lee despacio.
¿En qué redacción me admiten ciego?
¡Oh! No te pongas a gatas, Max. Todos reconocen tu talento.
Es un infierno de letra.
Escribes una novela.
No tomes ese caso por ejemplo.
MADAMA COLLET, el gesto abatido y resignado, deletrea en voz baja la carta. Se oye fuera una escoba retozona. Suena la campanilla de la escalera.