¿Es usted doña Eduviges? Mi nombre es Juan Preciado y ando en busca de mi padre, Pedro Páramo.
Sí, soy yo Juan Preciado, te he estado esperando. Tu madre me avisó que llegarías hoy.
Sabes Juan Preciado, tu madre y yo éramos amigas. De hecho, pudiste ser mi hijo. Cuando tu madre estaba a punto de casarse con Pedro Páramo, ella visitó un curandero y le dijo que no podía “estar con él”. Entonces, me mandó en su lugar. Pero Pedro de tan borracho se durmió. ¿Ella nunca te habló de eso?
¡No puede ser posible! Mi madre murió hace una semana.
Ay ese Abundio. Él era un gran platicador, siempre que venía me contaba muchas historias. Pero quedó sordo y dejó de hablar.
¡Doña Eduviges, doña Eduviges! ¿Está bien, qué son esos gritos? ¿Quién es usted?
No señora. Sin embargo, vine a dar hasta su hogar gracias al señor. Si mal no recuerdo, un tal Abundio.
Pues hijo mío, ese no ha de ser Abundio. Además, él ya está muerto.
Discúlpeme doña Eduviges, pero el señor que me ayudó escuchaba bien y si hablaba.
Muchas gracias doña Eduviges, no se preocupe.
Ven por acá Juan, acá está tu habitación. No tengo colchón, pero como dicen el sueño es el mejor colchón.
Yo soy Damiana Cisneros, antigua sirvienta de Pedro Páramo. ¿Qué haces aquí, en casa de doña Eduviges? Acaso no sabes que ella está muerta.