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Frankenstein. By Imara

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  • Y eso me llevó a un estado de salud muy grave, que mi amigo Clerval me tuvo que ayudar con casi todo.
  • Durante casi dos años había trabajado infatigablemente con el único propósito de infundir vida en un cuerpo inerte. Para ello me había privado de descanso y de salud. Lo había deseado con un fervor que sobrepasaba con mucho la moderación; pero ahora que lo había conseguido, la hermosura del sueño se desvanecía y la repugnancia y el horror me embargaban.
  • Su piel amarillenta apenas si ocultaba el entramado de músculos y arterias; tenía el pelo negro, largo y lustroso, los dientes blanquísimos; pero todo ello no hacía más que resaltar el horrible contraste con sus ojos acuosos, que parecían casi del mismo color que las pálidas órbitas en las que se hundían, el rostro arrugado, y los finos y negruzcos labios.
  • ¿Cómo expresar mi sensación ante esta catástrofe, o describir el engendro que con tanto esfuerzo e infinito trabajo había creado? Sus miembros estaban bien proporcionados y había seleccionado sus rasgos por hermosos. ¡Hermosos!, ¡santo cielo!
  • -¡Dios Santo!, ¿Víctor, qué te sucede? No te rías así. Estás enfermo. ¿Qué significa todo esto?
  • No me lo preguntes -le grité, tapándome los ojos con las manos, pues creí ver al aborrecido espectro deslizándose en el cuarto-. Él te lo puede decir. ¡Sálvame! Me pareció que el monstruo me asía; luché violentamente, y caí al suelo con un ataque de nervios.
  • En un principio Clerval atribuyó esta insólita alegría a su llegada. Pero al observarme con mayor detención, percibió una inexplicable exaltación en mis ojos. Sorprendido y asustado ante mi alboroto irrefrenado y casi cruel, me dijo:
  • Fue una primavera deliciosa, y la estación contribuyó mucho a mi mejoría. Sentí renacer en mí sentimientos de afecto y alegría; desapareció mi pesadumbre, y pronto recuperé la animación que tenía antes de sucumbir a mi horrible obsesión.
  • -Me consideraré bien pagado si dejas de atormentarte y te recuperas rápidamente.
  • Muy poco a poco, y con numerosas recaídas que inquietaban y apenaban a mi amigo, me repuse.Recuerdo que la primera vez que con un atisbo de placer me pude fijar en los objetos a mí alrededor,observé que habían desaparecido las hojas muertas, y tiernos brotes cubrían los árboles que dabansombra a mi ventana.
  • Fue éste el principio de una fiebre nerviosa que me obligó a permanecer varios meses en cama. Durante todo ese tiempo, sólo Henry me cuidó. Supe después que, debido a la avanzada edad de mi padre, lo impropio de un viaje tan largo y lo mucho que mi enfermedad afectaría a Elizabeth, Clerval les había ahorrado este pesar ocultándoles la gravedad de mi estado.
  • -Querido Clerval -exclamé un día-, ¡qué bueno eres conmigo! En vez de dedicar el invierno alestudio, como habías planeado, lo has pasado junto a mi lecho. ¿Cómo podré pagarte esto jamás?Siento el mayor remordimiento por los trastornos que te he causado. Pero ¿me perdonarás, verdad?
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