Compadre, quiero cambiarmi caballo por su casa,mi montura por su espejo,mi cuchillo por su manta.
Compadre, vengo sangrando,desde los montes de Cabra.Si yo pudiera, mocito,ese trato se cerraba.Pero yo ya no soy yo,ni mi casa es ya mi casa.
Compadre, quiero morirdecentemente en mi cama.De acero, si puede ser,con las sábanas de holanda.
¿No ves la herida que tengodesde el pecho a la garganta?Trescientas rosas morenaslleva tu pechera blanca.Tu sangre rezuma y huelealrededor de tu faja.Pero yo ya no soy yo,ni mi casa es ya mi casa.
Ya suben los dos compadreshacia las altas barandas.Dejando un rastro de sangre.Dejando un rastro de lágrimas.Temblaban en los tejadosfarolillos de hojalata.Mil panderos de cristal,herían la madrugada.
Los dos compadres subieron.El largo viento, dejabaen la boca un raro gustode hiel, de menta y de albahaca.
¡Compadre! ¿Dónde está, dime?¿Dónde está mi niña amarga?¡Cuántas veces te esperó!¡Cuántas veces te esperara,cara fresca, negro pelo,en esta verde baranda!
Sobre el rostro del aljibese mecía la gitana.Verde carne, pelo verde,con ojos de fría plata.Un carámbano de lunala sostiene sobre el agua.La noche su puso íntimacomo una pequeña plaza.