En 1979 mi gobierno realizó una serie de reformas fiscales, buscando encarar la crisis económica. Dichas reformas culminaron con la creación de un nuevo impuesto: el Impuesto al Valor Agregado (IVA), el cual sería pagado por los consumidores. El IVA consistió en añadir un 10% al valor de los productos, afectando directamente al consumidor final.
Para el año de 1982, hubo un éxodo de pesos a dólares debido al deterioro de la moneda mexicana. Yo sabía que la devaluación del peso traería consigo la pérdida de mi prestigio político; sin embargo, aprobó la devaluación del peso el 17 de febrero de 1982. Ese día, el peso se había cotizado en 26.88 por dólar; al día siguiente, pasó a 37.66 y a finales del mes, a 44.64 por dólar. Posteriormente, en julio alcanzó la cifra de 49 pesos por dólar, y después subió hasta 74.08. Al final del sexenio llegó a 114.77pesos por dólar.
Para 1981 ante la saturación del mercado petrolero mundial, el precio empezó a bajar, pasando de 38 a 34 dólares por barril. Ante la disminución de los ingresos procedentes de las exportaciones petroleras, en vez de ajustar el presupuesto y el tipo de cambio, el gobierno siguió gastando igual que antes y continuó recurriendo a los préstamos al extranjero (la deuda externa alcanzó para 1982 la suma de 90 mil millones de dólares).
Bajo esta situación de pérdida del valor del peso frente al dólar, la gente empezó a cambiar sus pesos por dólares, y los grandes empresarios y banqueros empezaron a sacarlos del país y depositarlos en cuentas bancarias extranjeras. A inicios de 1982, la fuga de capitales acababa con la reserva monetaria del país.