Dijo, y con ambas manos restañó el icor; la mano se curó y los acerbos dolores se calmaron. Atenea y Hera, que lo presenciaban, in- tentaron zaherir a Zeus Cronida con mordaces palabras; y Atenea, la diosa de ojos de lechuza, empezó a hablar de esta manera:
¡Padre Zeus! ¿Te irritarás conmigo por lo que dire? Sin duda Cipris quiso persuadir a alguna aquea de hermoso peplo a que se fuera con los troyanos, que tan queridos le son: y, acariciándo- la, aureo broche le rasguñó la delicada mano.
A ti, hija mía, no te han sido asignadas las acciones béli- cas: dedícate a los dulces trabajos del himenea, y el impetuoso Ares y Atenea cuidarán de aquellas.
Así dijo. Sonrióse el padre de los hombres y de los dioses, y llamando a la aurea Afrodita, le dijo: