¡Oh, el más malvado de los malvados, pues tú legaras a irritar incluso a una roca! ¿No hablarás de una vez, sino que te vas a mostrar así de duro e inflexible?
Yo no quiero afligirme a mí mismo ni a ti. ¿Por qué me interrogas inútilmente? No te enterarás por mí.
Me has reprochado mi obstinación, y no ves la que igualmente hay en ti, y me censuras.
¿Quién no se irritaría al oír razones de esta clase con las que tú estás perjudicando a nuestra cuidad?
Pues bien, debes manifestarme incluso lo que está por llegar.
Llegarán por sí mismas, aunque yo las proteja con el silencio.
Nada de lo que estoy advirtiendo dejaré de decir, según estoy de encolerizado. Has de saber que parece que tú has ayudado a maquinar el crimen y has llevado a cabo en lo que ha sido darle muerte con tus manos. Y si tuvieras vista, diría que, incluso, este acto hubiera sido obra de ti solo.
No puedo hablar hablar más. Ante esto, si quieres irritarte de la manera más violenta.
¿Con tanta desvergüenza haces esta aseveración? ¿De qué manera crees poderte escapar a ella?
¿De verdad? Y yo te insto a que permanezcas leal al edicto que has proclamado antes y a que no nos dirijas la palabra ni a estos ni a mi desde el día de hoy, en la idea de que tú eres el azote impuro de esta tierra.
¿Por quién has sido enseñado? Pues, desde luego, de tu arte no procede.