Nos miramos las respectivas fealdades con detenimiento, con insolencia, sin curiosidad. Recorrí la hendidura dé su pómulo con la garantía de desparpajo que me otorgaba mi mejilla encogida. Ella no se sonrojó. Me gustó que fuera dura, que devolviera mi inspección con una ojeada minuciosa a la zona lisa, brillante de mi vieja quemadura.
Ambos somos feos, ambos obtuvimos marcas, ella a sus 8 años y yo iniciando la adolescencia, tampoco teníamos ojos lindos de ningún modo Allí fue donde por primera vez nos examinamos sin simpatía pero con oscura solidaridad.
Nos sentamos en filas distintas, pero contiguas. Ella no podía mirarme, pero yo, aun en la penumbra, podía distinguir su nuca de pelos rubios, su oreja fresca bien formada. Era la oreja de su lado normal. Durante una hora y cuarenta minutos admiramos las respectivas bellezas del rudo héroe y la suave heroína. Por lo menos yo he sido siempre capaz de admirar lo lindo.
La esperé a la salida. Caminé unos metros junto a ella, y luego le hablé. Cuando se detuvo y me miró, tuve La impresión de que vacilaba. La invité a que charláramos un rato en un café o una confitería.
Prometa no tomarme de chiflado
Hay una posibilidad, ¿sabe?, de que usted y yo lleguemos a algo
Como querernos caramba o congeniar pero ¿hay una posibilidad?
Algo como qué?
Prometo
La posibilidad es meternos en la noche. En la noche íntegra. En lo oscuro total. ¿Me entiende?
¡Tiene que entenderme! Lo oscuro total. Donde usted no me vea, donde yo no la vea. Su cuerpo es lindo,¿no lo sabía?Vivo en un apartamento aquí cerca
NO
Vamos
Tuve que recurrir a todas mis reservas de coraje, pero lo hice. Mi mano ascendió lentamente hasta su rostro, encontró el surco de horror, y empezó una lenta, convincente y convencida caricia. En realidad mis dedos pasaron muchas veces sobre sus lágrimas. Entonces, cuando yo menos lo esperaba, su mano también llegó a mi cara, y pasó y repasó el costurón y el pellejo liso, esa isla sin barba de mi marca siniestra. Lloramos hasta el alba. Desgraciados, felices.
Apague todo, no se veía nada, estábamos inmóviles entonces recorrí mi mano y toque su pecho Mi tacto me transmitió una versión estimulante, poderosa. Así vi su vientre, su sexo. Sus manos también me vieron. En ese instante comprendí que debía arrancarme (y arrancarla) de aquella mentira que yo mismo había fabricado. O intentado fabricar. Fue como un relámpago. No éramos eso. No éramos eso.