Tal vez ya se cumplieron quince años que fui por primera vez a San Juan Luvina, en esa época tenía yo mis fuerzas. Estaba cargado de ideas…
Ya no volví a decir nada. Me salí de Luvina y no he vuelto ni pienso regresar.
Pero mire las maromas que da el mundo. Usted va para allá ahora, dentro de pocas horas.
San Juan Luvina. Me sonaba a nombre de cielo aquel nombre. Pero aquello es el purgatorio.
Pues sí, como le estaba yo diciendo…
Míreme a mí. Conmigo acabó. Usted que va para allá comprenderá pronto lo que le digo..
¡Oye , Camilo, mándanos ahora unos mezcales!
Pero no dijo nada. Se quedó mirando un punto fijo sobre la mesa y se quedo dormido.
¿Pero me permite antes que me tome su cerveza? Veo que usted no le hace caso. Y a mí me sirve de mucho. Me alivia.
Pero tómese su cerveza. No le ha dado ni siquiera una probadita. Tómesela.
Le pregunté a mi mujer: ¿En qué país estamos, Agripina?, ella se alzó de hombros. Y le dije si no te importa, ve a buscar dónde comer y dónde pasar la noche.
Ella agarró al más pequeño de sus hijos y se fue. Pero no regresó.
Al atardecer fuimos a buscarla, hasta que la encontramos metida en la iglesia.