Señorita Agna, se lo suplico. Yo sé que he sido la más hiriente de las detractoras de sus oficios, pero, por favor véndame una de sus pociones para curar a mi hijito que se me está muriendo.
Doña Hilda. ¿Está usted bien?
¡Gracias, señorita Hilda! Mi hijito está en mi casa, sígame usted.
Mi querida señora, ¿Cómo siendo una hija fiel de Lilith podría guardarle celos a una congénere? Más bien, sin procurar dilación lléveme usted donde está su niño para diagnosticar lo que padece y poder hacer gala de mis más modestos servicios.
Sus ojos están muy amarillos y su piel muy blanca, a lo mejor puede ser....
Hilda, te dije que está hechicera era una charlatana. No debiste traer la deshonra a nuestra casa.
¿Qué tiene mi hijito? Por favor, no me diga que no puede curarlo. Yo no podría...
Pero que sandeces acabo de oír. Esta mujer dice que bañemos a nuestro hijo, como si el pobre necesitara hacer libaciones. ¡Qué perdida de tiempo! Debimos llamar al cardenal Santino de Italia para que éste obrara el milagro.
Estoy segura que es su hígado. Trataré de preparar una infusión de mi recetario lo antes posible. Mientras tanto, le aconsejo que lo haga asear. La enfermedad que acongoja a su hijo se apremia de la poca higiene de su huésped.
¡CÁLLATE! La vida de nuestro hijo está en riesgo.
Dios misericordioso, qué clase de herejía aviéis cometido.
Su excelencia, ayúdeme por favor. Mi mujer ha perdido la cabeza y dejó entrar a la casa una de esas practicantes de artes ocultas en nuestra casa.
Te lo dije Hilda, te lo dije.
Por el poder que me confiere las santas escrituras y la santa Iglesia católica romana. Yo, el obispo Hans las condeno a arder en la hoguera por los delitos de: hechicería, paganismo, posesión de objetos profanos y corrupción de las leyes de Dios todo poderoso. Qué el señor se apiade de sus almas.