Alicia fue extinguiéndose en su delirio de anemia Desde el tercer día este hundimiento no la abandonó más. Apenas podía mover la cabeza. No quiso que le tocaran la cama, ni aún que le arreglaran el almohadón
Perdió luego el conocimiento. Los dos días finales deliró sin cesar a media voz, En el silencio agónico de la casa, no se oía mas que el rumor ahogado de los eternos pasos de Jordán
Murió, por fin. La sirvienta, que entró después a deshacer la cama, sola ya, miró un rato extrañada el almohadón
¿Qué hay?
Levántelo a la luz para verlo mejor
¡Señor! En el almohadón hay manchas que parecen de sangre
Parecen picaduras
¡PESA MUCHO!
Jordán lo levantó; pesaba extraordinariamente. Salieron con él, y sobre la mesa del comedor Jordán cortó funda y envoltura de un tajo. Las plumas superiores volaron y la sirvienta dio un grito de horror con toda la boca abierta, llevándose las manos crispadas a la cara
Sobre el fondo, entre las plumas, moviendo lentamente las patas velludas, había un animal monstruoso, una bola viviente y viscosa. Estaba tan hinchado que apenas se le pronunciaba la boca
En cinco días, en cinco noches, había vaciado a Alicia. Estos parásitos de las aves, diminutos en el medio habitual, llegan a adquirir en ciertas condiciones proporciones enormes. La sangre humana parece serles particularmente favorable, y no es raro hallarlos en
Noche a noche, desde que Alicia había caído en cama, había aplicado sigilosamente su boca —su trompa, mejor dicho— a las sienes de aquélla, chupándole la sangre