Dentro de su amor contrariado, Ludovico apuñaló a su dama en el lecho donde acababan de amarse, y luego se azuzó contra sí mismo.
En un domingo de principios de agosto, una familia de cuatro, llega a Arezzo un poco antes del medio día y se tardan buscando el castillo renacentista que el escritor venezolano Miguel Otero Silva había comprado.
Aquí pueden observar la cama, con cortinas bordadas con hilos de oro, llena de sangre seca de su amante sacrificada.
¿Alguien más siente el olor a fresas recientes que permanece estancado sin ninguna explicación?
Si!
Luego de abandonar la ciudad por un sendero de cipreses sin ninguna indicación vial, la familia se encuentra con una vieja pastora la cual les indica el camino donde se encontraba el castillo. Esta misma señora les avisa que en aquella casa espantaban pero solo los niños le creen.
Buenas Noches, duerme bien.
Al llegar al castillo, la familia era esperada por Miguel Otero Silva, el anfitrión. Miguel Otero les había preparado un almuerzo inolvidable y les contaba sobre el señor Ludovico. Les comienza a contar sobre el amor contrariado de Ludovico, la muerte de su dama y la muerte espantosa de sí mismo.
¡Porque estamos en el dormitorio de Ludovico!
Al finalizar su almuerzo, la familia realiza un recorrido por los ochenta y dos cuartos del castillo. Se comentaba sobre las nuevas restauraciones hechas por Miguel hasta que llegan a la ultima habitación de la segunda planta, el dormitorio de Ludovico.
Ya eran más de las cinco cuando la familia terminó de conocer el castillo. Sin embargo, Miguel insistió en llevarlos a un café para que vieran los frescos de Piero. Por este motivo, cuando regresan al castillo, encuentran la cena servida y por reclamo de los hijos, se ven obligados a dormir.
El narrador se queda dormido en una habitación de la planta baja pero, por alguna razón, termina despertando en el dormitorio de Ludovico, bajo la cornisa, las cortinas polvorientas y las sábanas empapadas de sangre todavía caliente.