Amigo Mercutio, pienso que debíamos refrenarnos, porque hace mucho calor, y los Capuletos andan encalabrinados, y ya sabes que en verano hierve mucho la sangre.
Tú eres uno de esos hombres que cuando entran en una taberna, ponen la espada sobre la mesa, como diciendo: "ojalá que no te necesite",
¿Dices que yo soy de ésos?
Y de los más temibles espadachines de Italia, tan fácil de entrar en cólera como de provocar a los demás.
¿Porqué dices eso?
Si hubiera otro como tú, pronto os mataríais. Capaz eres de reñir por un solo pelo de la barba. Donde nadie vería ocasión de camorra, la ves tú.
¿Y qué se me da a mí, vive Dios?
Si yo fuera tan camorrista como tú, ¿quién me aseguraría la vida ni siquiera un cuarto de hora?. . . Mira, aquí vienen los Capuletos.
¿Hablar solo? más valiera que la palabra viniese acompañada de algo, y. g., de un golpe.
Estad cerca de mí, que tengo que decirles dos palabras. Buenas tardes, hidalgos. Quisiera hablar con uno de vosotros.