Debido a tener una cierta expresión de espanto, por su ropa tanharaposa y acaso, también, porque no quería hablar, el patrón empezó a sentir desprecio hacia él.
¡Arodíllate!
Después de hacerlo actuar como perro el patrón hacía que continuarán con el rezo.Y así todos los días.
Papasito, no puedo ladrar.
Creo que eres perro. ¡Ladra!
Entonces ponte cuatro patas
Pero..., una tarde, a la hora del avemaría, cuando el corredor estaba colmadode toda la gente de la hacienda, el pongo solicito permiso para hablar...
—Tu licencia, padrecito, para hablarte. Es a ti a quien quiero hablarte
Gran señor, dame tu licencia; padrecito mío, quiero hablarte
¿Qué? ¿Tú eres quien ha hablado u otro?
Habla... si puedes
Viéndonos muertos, desnudos, juntos, nuestro gran Padre San Francisco nosexaminó con sus ojos que alcanzan y miden no sabemos hasta qué distancia.
No puedo saber cómo estuve, gran señor. Yo no puedo saber lo que valgo.
Soñé anoche que habíamos muerto los dos juntos;
¡Habla!
¿Y después?
Y ¿tú?
Luego, el Padre Francisco mandó a que dos ángeles te huntaran en miel en todo tu cuerpo; en el resplandor del cielo la luz de tu cuerposobresalía, como si estuviera hecho de oro, transparente y para mí mandó un ángel el más viejo, el más desgastado y el me huntó escremento.
¡Continúa!
Así tenía que ser
¿O todo concluyeallí?
Y luego dijo: «Todo cuanto losángeles debían hacer con ustedes ya está hecho. Ahora ¡lámanse el uno alotro! Despacio, por mucho tiempo». El viejo ángel rejuveneció a esa mismahora; sus alas recuperaron su color negro, su gran fuerza.
No, padrecito mío, señor mío.Cuando nuevamente, aunque ya de otromodo, nos vimos juntos, los dos, ante nuestro gran Padre San Francisco, élvolvió a mirarnos, también nuevamente, ya a ti ya a mí, largo rato.