¿Por qué, enardecida nuevamente, oh hija del gran Zeus, vienes del Olimpo? ¿Qué poderoso afecto te mueve? ¿Acaso quieres dar a los dánaos la indecisa victoria? Porque de los teucros no te com-padecerías, aunque estuviesen pereciendo.
Sea así, oh tú que hieres de lejos; con este propósito vine del Olimpo al campo de los teucros y de los aqueos. Mas ¿por qué medio has pensado suspender la batalla?
Hagamos que Héctor, de corazón fuerte, domador de ca-ballos, provoque a los dánaos a pelear con él en terrible y singular combate; e indignados los aqueos, de hermosas grebas, susciten a alguien para que luche con el divino Héctor.
no se opuso. Hé-leno, hijo amado de Príamo, comprendió al punto lo que era grato a los dioses, que conversaban, y, llegándose a Héctor, le dirigió estas palabras:
¡Ay de mí, hombres jactanciosos; aqueas alyeque noaqueos! Grande y horrible será nuestro oprobio ningúnsi no sale ndánao al encuentro de Héctor.
Deliras, Menelao, alumno de Zeus! Nada te fuerza a cometer tal locura. Domínate, aunque estés afligido, y no quierasluchar por despique con un hombre más fuerte que tú, con HéctorPriámida, que a todos amedrenta y cuyo encuentro en la batalla, dorde los varones adquieren gloria, causaba horror almismo Aquiles