Un domingo de agosto, el transatlántico que llevaba a la señora Prudencia Linero a Nápoles, llegó a su muelle después de haber navegado por dieciocho dias. Cuando los pasajeros se estaban asomando por la borda, una mujer gritó aterrorizada al ver un ahogado.
¡Mamma mía! ¡Un ahogado!
¿Por qué no vas y descansas en un hotel decente y te encuentras con el cónsul mañana? Ese taxi te llevará.
La señora Prudencia Linero tenía planeado ir de Nápoles a Roma a ver al Santo Padre. Para poder realizar aquello, tenía que reunirse con el cónsul. Después de varias horas de espera en el barco y en el muelle, el primer oficial se le acercó a hablar.
Sí. Creo que esa es la mejor opción. No puedo esperarlo más.
El taxi la dejó en el hotel menos llamativo. Tenía nueve pisos, y cada uno era un hotel diferente. El ayudante del hotel la llevó al tercer piso, pero ella decidió no quedarse al ver a diecisiete turistas ingleses durmiendo en el vestíbulo. Fue al quinto piso, el cual tenía una fonda con descuentos.