¿Qué hace usted en la huerta a estas horas, don Eulogio?”
En una noche como cualquier otra; el abuelo, espiaba desde el jardín del huerto a su familia y esperaba a que su nieto apareciera en la cena mientras permanecía sentado en una piedra
La vista de Don Eulogio no era muy buena, por lo que la noche, cada vez más oscura, no mejoraba la situación, sin contar que también le preocupaba ser sorprendido por el servicio, su hijo y su nuera, quienes asumían que el pobre hombre estaba loco
¡Deténgase! ¡Pare!
Los nervios lo invadieron de solo pensar en que pudiera ser descubierto, así que huyo por la entrada casi olvidada de la huerta. Logró escapar y se alegró de llegar a su habitación.
Don Eugelio salió al día siguiente. Estuvo en una tienda de velas por un rato, pero pasó el resto de la tarde en el Club Nacional hasta que fue hora de llamar a un taxi
Don Eulogio no podía creer lo que había visto, así que ordenó al conductor que se detuviera y cuando este lo hizo, pudo bajar del auto y caminar hasta donde el dañado, sucio y polvoriento cráneo infantil se encontraba. Tomó este con su mano y jugueteó imaginando que estaba vivo.
Pasaron varios días y mantuvo el cráneo oculto hasta un día antes de llevar a cabo su malvado plan ideado, pues entonces decidió sacar el cráneo de su maletín y limpiarlo con aceite