Y digo, prosiguiendo , que mucho antes de que al pie de la alta torre nos hallamos, dos llamitas que vimos centellantes hicieron que su cima contemplásemos; señales desde lejos otra hacia, casi la luz mirásemos.
«¿Qué dice éste y qué respondeel otro foco, y quién el fuego avía?».«Sobre las sucias ondas —dijo— es dondepuedes ya vislumbrar lo que se espera,si el humo del pantano no lo esconde.»Nunca lanzó la cuerda tan ligeraflecha al aire, tan rauda voladora,como la navecilla que yo vieravenir hacia nosotros en tal hora;la iba un solo galeote gobernandoy gritaba: «¡Llegaste, alma traidora!».
«Con tu luto y apenadoquédate aquí, oh espíritu maldito,que te conozco aun viéndote embarrado.»Ambas manos tendió al leño el precito,Pero el maestro lo espantó prudente:«¡Ve con los otros perros!», fue su grito.Me echó al cuello los brazos, y en la frentebéseme y dijo «¡Oh alma desdeñosa,bendita quien dio abrigo a tu simiente!Esa alma en el mundo fue orgullosa,mas no hay bondad que ensalce su memoria,y ahora su sombra vece aquí furiosa.¡Cuántos viven allí fingiendo gloriaque, cual cerdos, vendrán al cieno feodejando tras de sí su mala historia!».
Tan enorme pandilla la seguíaque yo jamás hubiese presumidoque jamás tanta gente muerto había.Después que algunos hube conocido,reconocí a su sombra y paré mientesen quien la gran renuncia ha cometido.[31]Al punto comprendí que aquellas gentescomponían la secta de malvadosa Dios y a sus contrarios repelentes.Estos nunca vivientes desgraciadosiban desnudos, y los azuzabanavispas y moscones obstinados.El rostro con su sangre les surcabany caía a sus pies, mezclada al llanto,do molestos gusanos la chupaban.
«Contestado habrás de vertecuando del Aqueronte en la riberahayas, al par que yo, de detenerte».Temiendo que mi voz molesta fuera,abatí avergonzado la miraday, hasta llegar al río, mudo era.Contemplamos de un bote la arribada,con un viejo de antiguo y blanco pelo,vociferando: «Ay, gente depravada,no esperéis nunca más mirar al cielo;vengo para pasaros diligentea las tinieblas del calor y el hielo.Y tú que estás aquí, alma viviente,aléjate de entre estos que están muertos».
«Por distinto camino y otros puertosdebes ir; por aquí no pasarás:barcos más leves te serán abiertos».Y mi guía: «Carón[32], no grites más;así se quiere allí donde es posiblelo que se quiere; y no preguntarás».Se serenó la faz del irasciblepiloto de aquel lívido paular