De la lancha vienen varios muchachotessemidesnudos y fuertes, y empiezan a llevarse al hombro la leña arreglada en elbarranco, mientras unos parlotean y otros cantan. —«Chupito»: ¿qué me dices de los caimitos dela questá con traje celeste? —¡No vaaale!... Me gustan más la vieja questárecostada en lahamaca. Los montones de leña bajan de tamaño primero; luego desaparecen.La jergón comprende el peligro pero no puede hacer nada. Piensa en sus crías,en los hombres, en los faroles que la rodean.
Ya no puede avanzar más. Los leños están tanpegados uno al otro en la hilera a que ha llegado, que su cuerpo no cabe por laluz que queda entre ellos. Presiente que el fin se acerca y espera. Una manorobusta y bermeja la coge junto con la raja de leña. Ella se vuelve y le clavala lanceta.
Salta,se contrae y se queda quieta y extendida con su metro y medio, orinegra y aúntemible. No está muerta, pero todo zumba extrañamente en torno: la tierra, elviento, las voces de los enemigos —¡Mira, la maldita! Todavía se mueve… Ledestrozan la cabeza a leñazos y la arrojan al río. En el nido, las viboritasesperan a su madre.