Entrando Calisto en una huerta en pos de un halcón suyo, halló ahí a Melibea, de cuyo amor preso, comenzole de hablar.
¿En qué, Calisto?
En dar poder a natura que de tan perfecta hermosura te dotase, y hacer a mí,inmérito, tanta merced que verte alcanzase, y en tan conveniente lugar, que mi secretodolor manifestarte pudiese.
En esto veo, Melibea, la grandeza de Dios.
¿Por gran premio tienes éste, Calisto?
Pues aun más igual galardón te daré yo si perseveras.
Téngolo por tanto, en verdad, que si Dios me diese en el cielo silla sobre sussantos, no lo tendría por tanta felicidad.
¡Oh bienaventuradas orejas mías, que indignamente tan gran palabra habéis oído!
Más desaventuradas de que me acabes de oír, porque la paga será tan fiera cualmerece tu loco atrevimiento y el intento de tus palabras ha sido.
¡Vete, vetede ahí, torpe!, que no puede mi paciencia tolerar que haya subido en corazón humanoconmigo en ilícito amor comunicar su deleite.
Iré como aquel contra quien solamente la adversa fortuna pone su estudio conodio cruel.
Calisto habla con su criado, pero este parece no importarle.
Sempronio.
Destemplado está ese laúd.
¿Cómo templará el destemplado? ¿Cómo sentirá el armonía aquel que consigoestá tan discorde, aquel en quien la voluntad a la razón no obedece?
¿Cuál dolor puede ser talque se iguale con mi mal?
Mira Nero de Tarpeyaa Roma cómo se ardía;gritos dan niños y viejosy él de nada se dolía.
No me engaño yo, que loco está este mi amo.
No digo nada.
Mayor es mi fuego y menor la piedad de quien yo ahora digo.