El moteca se encontró al principio de una calzada que, a su izquierda, extendía por una selva densa con ramas en todas partes, arbustos, y pantanos. Él estaba corriendo para huir de los que lo perseguían y lo querían capturar. Era muy extraño oler en este sueño porque nunca había soñado olores en el pasado. El primer olor que sentía era uno a pantano, pero el moteca fue atacado por el olor a guerra. De repente, oyó algo que no sonó bien, y se agachó y agarró su puñal por sorpresa. En lo profundo del sendero, no pudo ver ninguna estrella que pudiera guiarlo a la seguridad, lejos de los olores y la violencia. Pero lo único que pudo ver del cielo era lo rojizo de los fuegos de vivac que ardían los guerreros de las guerras floridas.
Las Mazmorras
En la selva densa, el moteca seguía corriendo en la oscuridad sin ninguna cosa en su visión. Claro que esto lo confundió, pero corría y corría sin tocar las ramas de la vegetación que lo rodeaba. Después de un rato corriendo, él se agachó para respirar y oír por su alrededor. Profundo en la selva, él temía que nadie viniera para ayudarlo, así que agarró su puñal y pasó la mano por su amuleto protector que llevaba en el cuello. Podía sentir las piernas hundiéndose en el barro del suelo mientras rezaba, esperando ayuda y rescate de la Muy Alta. ¿Quién podía ayudarlo en ese momento?
El Pasadizo
Contemplaba a los cautivos que los guerreros podían capturar en los momentos cuando estaba en la selva. ¿Cientos, miles? ¿Iba a ser cautivo por ellos también? Sabía que las guerras floridas no terminarían hasta la señal de los sacerdotes, y eso no le cayó bien. En el momento siguiente, un ejército de antorchas se le acercaron y comenzó el olor a guerra de nuevo. No lo esperaba, pero alguien le atacó de repente y él respondió apuñalando al agresor con su daga, casi satisfecho con la acción. Su esfuerzo no sirvió, sin embargo, porque luego los otros guerreros lo rodearon y le gritaron violentamente. Sintió algunas manos por detrás y se dio cuenta de que le estaban sujetando unas sogas. Si el moteca hubiera corrido unos kilómetros más, habría podido evitar la captura y el fin que venía.
El Sacrificio
¿Listo?
Salió de su sueño y se encontró en una posición muy incómoda: de espaldas en el suelo de lajas que era helado y húmedo al tocar. Además, los olores a humedad y filtraciones lo sofocaron instantáneamente. Se dio cuenta de que fue llevado por sus captores a las mazmorras de Teocalli, el lugar antes del encuentro con la espada. El moteca casi perdió toda su esperanza, con su amuleto protector arrancado de él, y entonces empezó a gritar, convulsionar, y retorcer boca arriba. Pero fue inútil; a nadie le importaba que él gritara. Su sufrimiento iba a terminar con la llegada de cuatro personas estimadas: los cuatro acólitos. No vinieron para terminar el sufrimiento; ellos le deshicieron los nudos de las sogas y lo llevaron fuera de las mazmorras hasta su muerte.
¡Ven con nosotros!
Los cuatro acólitos continuaban llevando al moteca a su destino final. En la posición que estaba, boca arriba, él no pudo ver nada, excepto las paredes y el techo que mostraban las sombras de las antorchas. De vez en cuando, podía ver las estrellas en algunos sitios, destellos de esperanza en este infierno infinito. Por largo que fuera el camino, el pasadizo parecía no acabar nunca para el moteca. ¿Cuándo iba a terminar todo? ¿Por qué no lo mataron ya? Al pensar en eso, olía el aire libre y sabía que sus miedos más pesados iban a ser realizados en ese momento. Trataba de cerrar y abrir los ojos y regresar al sueño pero no pasó nada.
Nunca va a acabar el pasadizo.
El moteca, en lo más alto del templo, podía ver la luna menguante en el cielo, lo rojo en las columnas y de las hogueras, y, más que nada, la sangre que goteaba de la piedra de sacrificio. Sólo tenía algunas oportunidades más para evitar esta circunstancia y desaparecer en su sueño pero nada. Olía a muerte y empezó a perder la esperanza. Era asombroso recordar algunas luces extrañas de una avenida extranjera, de verde y de rojo, como si fueran de otro mundo. Tal vez si viviera en ese mundo, sobreviviría y no tendría nada que ver con el sacrificio. Al ver el hombre quien se le acercó con un cuchillo brillante en la mano, sabía que el fin venía pronto. El moteca cerró los ojos, boca arriba, y respiró por última vez.