¡Oh, vaya, qué mala suerte, con lo cansada que estoy!… Iré a la habitación a ver si puedo dormir un ratito.
Pero la silla, que era de mimbre, no soportó el peso de la niña y se rompió.
El cuarto parecía muy acogedor. Tres camitas con sus tres mesillas ocupaban casi todo el espacio. Ricitos de Oro se decantó por la cama más grande, pero era demasiado ancha. Se bajó y se tumbó en la mediana, pero no… ¡El colchón era demasiado blando! Dio un saltito y se metió en la cama más pequeña que estaba junto a la ventana. Pensó que era la más confortable y mullida que había visto en su vida. Tanto, que se quedó profundamente dormida.
A los pocos minutos aparecieron los dueños de la casa, que eran una pareja de osos con su hijo, un peludo y suave osezno color chocolate. En cuanto cruzaron el umbral de la puerta, notaron que alguien había entrado en su hogar durante su ausencia.
¡Oh, no! ¡Alguien se ha bebido mi leche!
*leches*
El pequeño osito se acercó a la mesa y comenzó a lloriquear.
Sus padres, tan sorprendidos como él, le tranquilizaron. Seguro que había una explicación razonable, así que siguieron comprobando que todo estaba en orden. Mientras, el osito fue a sentarse y vio que su silla estaba rota
¡Papi, mami!… ¡Alguien ha destrozado mi sillita de madera!
Todo era muy extraño. Papá y mamá osos con su pequeño, subieron cautelosamente las escaleras que llevaban a la habitación y encontraron que la puerta estaba entreabierta. La empujaron muy despacio y vieron a una niña dormida en una de las camas.
Pero ¿qué hace esa niña durmiendo en mi camita?
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