Hagamos que Héctor, de corazón fuerte, domador de caballos, provoque a losdánaos a pelear con él en terrible y singular combate
a indignados los aqueos, dehermosas grebas, susciten a alguien para que luche con el divino Héctor.
Así dijo; y Atenea, la diosa de ojos de lechuza, no se opuso. Héleno, hijo amado dePríamo, comprendió al punto lo que era grato a los dioses, que conversaban, y, llegándosea Héctor, le dirigió estas palabras:
-¡Héctor, hijo de Príamo, igual en prudencia a Zeus! ¿Querrás hacer lo que te digayo, que soy tu hermano?
? Manda que suspendan la batalla los troyanos y los aqueos todos,y reta al más valiente de éstos a luchar contigo en terrible combate, pues aún no hadispuesto el hado que mueras y llegues al término fatal de tu vida
He oído sobre esto lavoz de los sempiternos dioses.
Agamenón contuvo a los aqueos, de hermosas grebas; y Atenea y Apolo,el del arco de plata, transfigurados en buitres, se posaron en la alta encina del padre Zeus,que lleva la égida, y se deleitaban en contemplar a los guerreros cuyas densas filasaparecían erizadas de escudos, cascos y lanzas
Así dijo. Oyóle Héctor con intenso placer, y, corriendo al centro de ambos ejércitoscon la lanza cogida por el medio, detuvo las falanges troyanas, que al momento se quedaron quietas.
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