—Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?
—¿Qué está escrito en la ley? ¿Cómo la interpretas tú?
Luego lo montó sobre su propia cabalgadura, lo llevó a un alojamiento y lo cuidó. 35 Al día siguiente, sacó dos monedas de plata[c] y se las dio al dueño del alojamiento.
—“Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con todo tu ser, con todas tus fuerzas y con toda tu mente”,[a] y: “Ama a tu prójimo como a ti mismo”.
—Bien contestado —le dijo Jesús—. Haz eso y vivirás.
—¿Y quién es mi prójimo?
Bajaba un hombre de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de unos ladrones. Le quitaron la ropa, lo golpearon y se fueron, dejándolo medio muerto. 31 Resulta que viajaba por el mismo camino un sacerdote quien, al verlo, se desvió y siguió de largo. 32 Así también llegó a aquel lugar un levita y, al verlo, se desvió y siguió de largo.
Pero un samaritano que iba de viaje llegó adonde estaba el hombre y, viéndolo, se compadeció de él. 34 Se acercó, le curó las heridas con vino y aceite, y se las vendó.
“Cuídemelo —le dijo—, y lo que gaste usted de más, se lo pagaré cuando yo vuelva”.
¿Cuál de estos tres piensas que demostró ser el prójimo del que cayó en manos de los ladrones?
—Anda entonces y haz tú lo mismo —concluyó Jesús.
—El que se compadeció de él —contestó el experto en la ley.
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