Es interesante cómo estas emociones básicas, aunque innatas, también son moldeadas por nuestras experiencias y el entorno. Sentir miedo o sorpresa ante lo inesperado, o repulsión ante algo desagradable, nos ayuda a sobrevivir y adaptarnos, mientras que la felicidad y el entusiasmo nos impulsan a buscar más de lo que nos gusta.
Tambien algo importante es que las emociones tienen funciones adaptativas. Por ejemplo, el miedo nos prepara para huir de una amenaza, la ira nos da energía para luchar contra un obstáculo, y la felicidad nos motiva a seguir adelante cuando logramos algo deseado.
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Exacto! Y cuando la amenaza desaparece, el sistema parasimpático se encarga de calmar esas reacciones, disminuyendo la frecuencia cardíaca y ayudando al cuerpo a relajarse. Es un equilibrio constante entre estos dos sistemas, que nos permite reaccionar y luego recuperarnos emocionalmente.
Algo que me llamo la atención de la lectura es que el sistema nervioso autónomo juega un papel crucial en cómo experimentamos las emociones. Cuando sentimos miedo, por ejemplo, se activa el sistema simpático, que acelera el ritmo cardíaco y nos prepara para actuar rápidamente.
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Claro y esas señales influyen en cómo los demás responden a nosotros. La empatía, por ejemplo, surge cuando alguien reconoce nuestras emociones y responde de manera adecuada. Sin esa comunicación emocional, nuestras relaciones interpersonales serían mucho más complicadas.
Las emociones no solo afectan cómo nos sentimos, también regulan nuestra interacción con los demás. Cuando expresamos emociones como la alegría o la tristeza, estamos enviando señales claras sobre nuestro estado de ánimo a quienes nos rodean.