EL RAYO DE LUNA
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- Una noche serena, la luna brillaba en toda su plenitud en lo más alto del cielo ,Manrique se dirigía al claustro, a continuación salió de él ,encaminó hacia la alameda que conduce al Duero, y aún no había pasado a ella, pero de repente de su boca salió un grito de sorpresa , pues había visto por un instante y desaparecer el extremo el traje blanco de la mujer de su vida. Corrió en busca de la bella mujer, llega al sitio en que la había visto desaparecer; pero...todo se paraliza cuando observa que esa cosa blanca se para al lado de sus pies es ahí cuando se da cuenta de que era un rayo de luna la mujer de sus sueños era un rayo de luna.
-
- ¡NO, BASTA!- exclamó el joven incorporándose; quiero que me dejéis solo... Cantigas... mujeres... glorias... felicidad... falacias todo, imaginaciones que vestimos y creamos en nuestra mente…y para qué, para tropezar con un rayo de luna.
- Una noche templada de verano, Manrique paseaba bajo la clara luz de la luna y los perfumes de las plantas, camino a un puente que conducía de la ciudad al antiguo convento de los Templarios.
- Y cuando la última esperanza se agotaba, la luz de la luna dejó ver que una barca se dirigía a la orilla opuesta del río, en aquella barca le pareció ver la esbelta mujer de vestido blanco, resurgida la esperanza el joven marchó corriendo tal altura de la ermita abajo tras el barco, pero la perdió de vista.
- MIENTRAS TANTO CON LA MADRE DE MANRIQUE...
- ¿Dónde está Manrique, dónde está vuestro señor?
- No sabemos, respondían sus servidores. En cualquier parte estará menos en donde esté todo el mundo.
- Y ciertamente, Manrique adoraba tanto la soledad que algunas veces hubiera deseado no tener sombra para no ir siquiera acompañado de ella.
- Me internaré en las desiertas ruinas de los Templarios.
- En el fondo de la sombría y verde espesura de alamedas ,Manrique había visto agitarse una cosa blanca, que flotó un segundo y se desvaneció en la cálida oscuridad de la noche. Y en ese momento la desesperante idea de tener un alma gemela impulsó la imaginación del joven, creyendo así haber visto una mujer.
- ¡Una mujer desconocida!... ¡En este sitio!..., ¡A estas horas! Esa, esa dama es la mujer de mis sueños—exclamó Manrique; rápido recuperó la postura y fue velozmente en busca de la dama.
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