Una mañana al levantarse el sol, Marcela Yupanqui fue en busca de Lucía Marín para pedirle ayuda para su esposo, el cual estaba a punto matarse.
No te preocupes, entiendo tus dolores, hoy mismo hablaré con el gobernador y el cura.
Señora, todas las desgracias han caído sobre mi casa. Pasamos los peores martirios a causa del cura, el cacique y el cobrador.
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En el pueblo de Killac donde las casas son de tejas coloridas, sobresale un lugar donde se miente y se murmura la vida del prójimo. Ahí donde la mansión Manzanares es la más importante y de la cual no se hablan cosas santas del obispo del pueblo. Aquí transcurre toda la historia...
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En este pueblo el comercio de lana de Alpaca es el principal sustento. Pero, los indios propietarios no son los que se benefician, a ellos solo se les da una monedas y lo demás se lo llevan los cobradores. Por eso Marcela lloraba, por la injusticia, la explotación y la pobreza.
Mientras tanto Lucía pensaba.
No puedo esperar a mi esposo, tengo que ir yo misma a hablar con el cura y gobernador. Esta situación debe terminar.
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Sepa usted, señorita, que la costumbre es ley, y que nadie nos sacará de nuestras costumbres.
Lo siento, pero quién puede vivir sin rentas, nos moriremos de hambre.
Señores, vengo a pedirle en nombre de la religión cristiana que perdonen la deuda de la familia Yupanqui.
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En casa de los Yupanqui, Marcela espera con ansias a su esposo para contarle lo sucedido.
Juan, hoy fui a hablar con la señora Lucía para que nos ayude con la deuda. Ella accedió, estoy muy contenta.
No sé si sea cierto, pero tengo un mal presentimiento sobre esto.