Mientras los delegados debatían acaloradamente, la tensión crecía. Había mucho en juego; no solo se trataba de un documento, sino de la esperanza de un futuro donde todos los hombres fueran considerados iguales y tuvieran derechos inalienables, como la vida y la libertad. El día 4 de julio, entre murmullos de expectativa, la declaración fue firmada, marcando un hito en la historia de la humanidad.
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Mientras los delegados debatían acaloradamente, la tensión crecía. Había mucho en juego; no solo se trataba de un documento, sino de la esperanza de un futuro donde todos los hombres fueran considerados iguales y tuvieran derechos inalienables, como la vida y la libertad. El día 4 de julio, entre murmullos de expectativa, la declaración fue firmada, marcando un hito en la historia de la humanidad.
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Sin embargo, la independencia no llegaría sin sacrificios. La guerra se avecinaba y, con ella, la lucha por la libertad. George Washington fue nombrado comandante en jefe del Ejército Continental, y un joven miliciano llamado Samuel se unió a sus filas, empapado de fervor patriótico. Era un momento de valentía, pero también de temor; la guerra significaba perder a seres queridos y enfrentar adversidades inimaginables.