Al cabo de uno días, San Francisco junto a su compañero fueron a la casa de aquel gentilhombre.
Vamos, hermano, a casa del hombre cortés, porque yo tengo esperanza cierta en Dios, de que él se vuelva en nuestro compañero.
Quiero antes suplicar a Dios que haga fructuoso nuestro viaje y que esta noble presa que tratamos de arrebatar al mundo nos la quiera concedes Cristo a nosotros, pobrecillos y débiles, por la virtud de su santísima pasión.
Tenéis a vuestra disposición todas mis cosas, por gracia de Dios, puedo hacerlo, ya que tengo en abundancia toda clase de bienes temporales, uso de ellos con gusto en favor de sus pobres.
¿Qué me mandas hacer, Padre mío? Aquí me tienes, dispuesta dar a los pobres, si tu me lo mandas, todo lo que poseo a seguir a Cristo contigo, libre así de la carga de todo lo temporal.
Según el consejo de San Francisco, toda su haber a los pobres y entrando en la Orden, en la cual vivió en gran penitencia, santidad de vida y pureza de costumbres.