Al paso del tiempo Axel se fue olvidando desoladito cojo. Un día cayó una tormenta, las cortinas comenzaron a moverse provocando que el soldadito se enredara en ellas, haciéndolo caer en la calle.
El día de su cumpleaños el pequeño Axel recibió muchos regalos, pero el que mas le llamo la atención fue una caja de soldaditos de plomo.
Entre todos los soldaditos sobresalía uno, pero no por su gallarda de figura, sino porque le faltaba una pierna.
¡Oh, no! Es el mejor de mis soldaditos y tenia que estar cojo.
¡Es un soldado cojo!
Al día siguiente Axel notó la ausencia del soldadito, buscó en la calle pero no lo encontró.
Unos niños que pasaban por la calle descubrieron al soldadito entre los arbustos.
¡Ya se! Dejémoslo en un arroyo y hagámosle navegar aunque no sea un marinero.
Dejémoslo aquí, un soldado cojo no sirve para nada.
Rápidamente hicieron un barquito de papel, colocaron dentro al soldadito y lo pusieron en el arroyo.
Un pez andaba cerca del lugar, vio aquel extraño objeto para después tragarlo de un solo bocado.
¿Qué pasará ahora? Creo que este será mi fin.
En la superficie un pescador echo su red al rio y junto con otros peces, pescaron al que había tragado al soldadito de plomo.
La cocinera limpió bien el soldadito y corrió para entregárselo a Axel.
Después de todo no lo necesito, tengo a los demás.
La bailarina estaba puesta sobre la chimenea. De pronto, ante la mirada aterrorizada de la bailarina Axel lo arrojo al fuego. Al momento el soldadito comenzó a quemarse.
La bailarina dio un gran salto y fue a reunirse con el soldadito de plomo. A la mañana siguiente, entre cenizas encontraron un montoncito de plomo en forma de corazón.
Fue todo lo que quedo de la bailarina y el soldadito de plomo.
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