Si, por supuesto, tengo estas, son del bebe que estuvo llorando esta mañana.
El sirviente encontraba en casi todas partes lágrimas para la venta, todas las llevaba a su amo.
Y este, ¿para que comprara tantas lágrimas, serán para algún remedio?
Tal vez el amo de este hombre sufre de alguna enfermedad extraña que solo con lágrimas ajenas puede aliviar.
Aquel solitario mudo cataba con placer toda clase de lágrimas en una copa de plata. Distinguía toda especie de llantos. Sabia cuales venían de ojos de mujer por lo insípidas y múltiples.
Distinguía fácilmente las lágrimas de niños por lo castas y suaves.
Le parecía a el que tenían todo el jugo del alma y eso era lo que el buscaba.
Pero las que más apreciaba no eran las lágrimas de mujer, ni las de niño, ni las de viejo, sino las lágrimas amarguísimas y benéficas de madre, Esas le calmaban su sed misteriosa y le hacían un bien intenso.
Por la puerta del viejo excéntrico pasaban todos los días dos niños, iban siempre felices y floridos cuando veían el letrero del comprador se decían invariablemente.
SE COMPRAN LÁGRIMAS
Que iban a tener ellos lagrimas a los 11 años, riéndose por todo y molestando a todos.
SE COMPRAN LÁGRIMAS
¿Cuándo tendremos lágrimas para venderlas?
Vale, vale que si llegamos a venderlas nos compramos dos canastos de buenas frutas.
Los dos chiquillos eran acólitos, en la parroquia se les veía haciendo comedia de todos los fieles y buscando irremediablemente el canto sonreído a toda la ceremonia.
El señor cura pasaba horas enteras ante el santísimo con la cabeza blanca entre sus manos, muchas veces ante el sagrario consumía hora enteras con un libro en sus manos cuyas hojas no pasaba.
¡Lagrimas! Tenemos lágrimas, las del señor cura.
Un día uno de los acólitos noto al colocar en su puesto el reclinatorio del cura que estaba húmedo de lágrimas.
Y se están perdiendo miserablemente.
El cura hombre duro hecho a todas las desgracias empapaba la almohadilla de lagrima.
Al día siguiente el párroco bio concierta extrañeza una almohadilla en la tabla del reclinatorio. Abrió el libro que acostumbraba en la misma página.
El verbo del creador, el hijo de dios se hizo carne, se hizo hombre se hizo culpable...
Al poco tiempo cuando el sacerdote se retiró los dos niños llegaron por las lágrimas y corrieron donde el negociante de lágrimas.
El sirviente encontraba en casi todas partes lágrimas para la venta, todas las llevaba a su amo.