Había una vez un niño que se llamaba Steven. Era inteligente y divertido.
Un día cuando Steven estaba en la escuela, tuvo un examen muy grande. Estaba muy nervioso y estudiaba todos los días. Cuando tomó el examen, no sabía ninguna de las respuestas. Miró la página por una hora y no pudo hacer el examen. Todo Steven que podía hacer era adivinar.
Después de la clase lloró por horas. Estuvo muy triste por el resto de la semana.
Steven acostó el fin de semana y tuvo un sueño. Soñó que tomó el examen y que sabía todas las respuestas. Steven de repente se despertó y se levantó de la cama. Primero, se duchó con champú, se pusió la ropa y se cepilló los dientes. Por fin, Steven se peinó y fue a la escuela.
A Steven le gusta la escuela, pero está triste por el examen. Llegó a clase y se sentó en su silla. Estaba nervioso de ver su examen. Después de la clase, Steven se acercó a su maestra y le preguntó, “¿Me deja ver mi examen?” “Con mucho gusto” dijo su maestra. Su maestra le mostró el examen, y obtuvo un 100.
Steven estaba tan feliz que llamó a su madre. Esa noche, Steven se bañó, se cepilló los dientes y sintió sueño. Apagó la luz con el dedo, se acostó, y se durmió.
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