Señor, se llama José Cayo de la Cadena, pero le dicen por mal nombre Garfias.
El secretario ordeno lo mejor que pudo la redacción.
no le pongamos ese apodo que se incomodará.
Bueno, señora, a ver qué le parece a usted
no le hace, señor, no le hace. Yo quiero que la carta sea una cosa que le arda el alma. Dígale usted que nomás me busca cuando lo ponen preso para que yo lo mantenga.
Escribió...
Mi ingrato y querido Callo.Ésta solo se reduce a decirte que ya te hiciste, el animo de dejarme (como si no tuvieras Hijos que mantener) después, que yo sabe, Dios lo que trabajo para darles de comer, y luego a ti también que no mas ocurres a mí cuando estas en la cárcel!
La clienta interrumpió..
El secretario meditó, escribió, y ella volvió a interrumpir, añadiendo...
Dígale usted que si se enoja...ni tantito me importa.
Señor, póngale usted que como su querida no le da nada después de que se gasta todo lo que él gana.
Finalmente, interpretando ademanes y coordinando ideas ajenas, o lo que es peor, ideas de mujer, y de una mujer sin átomos de educación, evangelista terminó la carta donde cada dicción era un disparate o un insulto, y afirmó al calce de la epístola, asentando el nombre de su cliente Cornelia García, poniendo en el sobre: al señor don Callo de la Cardena en RÍo Frío